jueves, 6 de agosto de 2009

El perdón como valor jurídico

He decidido leer todo lo que pueda para preparar un artículo sobre el perdón como valor jurídico. Me motiva para esto la reflexión sobre dos casos que hemos visto en España en los últimos meses. El primero se dio en Barcelona en primavera y trata de una mujer iraní muy hermosa que rechazó los avances afectivos de un hombre. Sintiéndose despechado, éste le arrojó ácido en la cara, dejándola desfigurada y ciega. Cataluña la acogió y le dio tratamiento médico hasta el punto de devolverle parcialmente la vista y comprometerse a continuar las cirugías plásticas hasta conseguir reconstruir parte de su belleza. Bajo la Sarriá o ley islámica, esta mujer tiene derecho a elegir el castigo de su victimario, que incluye la indemnización económica, pero optó por el castigo bíblico del ojo por ojo, El sistema judicial iraní acató sus deseos y un familiar de la víctima vertió gotas de ácido en un ojo del victimario, quien obviamente ahora está ciego, como su víctima.

El otro caso se dio en Madrid hace unas semanas. Una mujer marroquí embarazada contrajo la gripe A. Al ser evidente que podría perder la vida, los médicos optaron por hacerle una cesárea para que diera a luz prematuramente y así salvar al bebé. La mujer murió supuestamente por negligencia médica más que discutible. Unos días después, murió también el bebé, por otra negligencia, esta vez plenamente reconocida por la dirección del hospital. En una entrevista, el marido de la mujer y padre del bebé expresó su deseo de justicia y venganza, llegando a narrar detalladamente para los medios la escena del personal sanitario postrados a sus pies, humillados, pidiendo clemencia, y él intentando transmitirle el dolor que sintió al perder a su mujer y a su hijo, para que ellos lo sintieran también y aún más.

Es claro que yo no puedo juzgar de forma alguna a ninguno de estos dos personajes, para empezar porque no he pasado por sus respectivas experiencias, pero sus reacciones sí que se prestan para una reflexión sobre el fin de la justicia. Y desde hace mucho tiempo, éste se entiende que es el castigo, para primordialmente corregir por un lado, y resarcir por otro. En Europa se añade el valor de la reinserción social, del que pasamos muy lejos en EE.UU.

Muchos estudios ahora cuestionan la capacidad reformadora de la justicia y son el aval principal de quienes nos oponemos a la pena de muerte. La posibilidad de perder la vida como castigo por la comisión de un delito parece ser casi irrelevante en la decisión de quien lo comete, y las pruebas abundan en el creciente corredor de la muerte que tenemos en EE.UU, donde además, tenemos el dudoso honor de ser el país con mayor proporción de presidiarios en el mundo industrializado. Pero, ¿es imprescindible la aplicación de esos valores a la justicia? ¿Qué objetivos llegan a alcanzarse? ¿Se revierte siempre el curso del delito (i.e., se devuelve la vista de la mujer ciega, o la vida de los fallecidos)? ¿Se regenera el castigado? ¿Devuelven éstos a la sociedad el coste de la implementación de su procesamiento y castigo? ¿Nos sentimos aliviados de forma alguna sabiendo que un ex presidiario vive en nuestro vecindario? ¿Y si en lugar de castigar, sin más, llegáramos a ver el perdón como un paso necesario del proceso judicial? Porque en realidad, el propio sistema, al no olvidar, tampoco permite perdonar. El delincuente no deja de serlo nunca porque carga el estigma, aún después de cumplir su condena. La sociedad nunca se da por pagada.

Juan Pablo II acudió a la celda en que se encontraba Ali Aqca, quien intentó asesinarle el 13 de mayo de 1981, y públicamente le perdonó. El sistema judicial le mantiene en prisión, de la que saldrá finalmente en enero del año que viene. ¿Vale de algo ese gesto del Papa? Yo creo que sí.

Para mi artículo estoy centrándome también en otros dos personajes, uno histórico y otro literario. El histórico es Tomás de Torquemada, el Inquisidor General de Castilla y confesor de la Reina Isabel, fiscal divino por antonomasia. Detrás de su odio por judíos, moriscos y herejes, se escondía el odio hacia sí mismo por saberse de sangre impura. El literario es el oficial Javert, de Víctor Hugo en Les Miserables, que persigue sin piedad a Jean Valjean, aún después de que éste último le diera muestras de misericordia salvándole la vida. ¿Qué impulsa a personajes como Javert? ¿Cuál es su relación afectiva con sus perseguidos? ¿Amor, al final de cuentas? ¿Por qué son incapaces de perdonar? ¿Sienten que no les han perdonado a ellos? ¿O que ellos no se han perdonado a sí mismos? ¿Son después de todos seres en busca de redención? En Les Mis la redención llega para Javert por las acciones de Valjean.

Empezaré a releer Les Mis el viernes, esta vez en francés, a ver cómo me va. Pero me gustaría contar con sus comentarios y sugerencias.
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